
La Hormiguita y el Grano de Azúcar



Ana era una hormiguita muy determinada que vivía en un hormiguero en medio de un bosque. Todos los días, salía a buscar comida para su familia. Un día, mientras exploraba un rincón distante del bosque, Ana encontró algo extraordinario: un enorme grano de azúcar. “¡Qué delicia!”, pensó ella, ya imaginando cómo todos en el hormiguero estarían felices con esa dulzura.
Ana intentó cargar el grano sola. Empujó con todas sus fuerzas, pero apenas se movía. Decidida, pensó en varias estrategias: intentó rodar el grano, tirarlo con hojas e incluso cavar alrededor de él. Nada funcionó. “¡Necesito ayuda!”, decidió Ana.
Regresó al hormiguero y llamó a sus amigas hormigas. “Encontré algo increíble, pero es demasiado grande para mí. ¿Pueden ayudarme?”, preguntó Ana. Las hormigas, siempre dispuestas a trabajar en equipo, aceptaron. Formaron una fila organizada y siguieron a Ana hasta el lugar donde estaba el grano.
Juntas, las hormigas comenzaron a empujar el grano. Fue una tarea difícil. En el camino, enfrentaron varios desafíos: ramas caídas bloquearon el paso, piedras resbaladizas dificultaron el trayecto y charcos de agua casi se tragaron el preciado azúcar. Pero, con paciencia y trabajo en equipo, superaron cada obstáculo.
Mientras empujaban el grano, Ana se dio cuenta de algo importante. Sin la ayuda de las otras hormigas, nunca podría llevar el azúcar a casa. “¡Es increíble lo que podemos hacer juntas!”, pensó ella, admirada con la fuerza del grupo.
Cuando finalmente llegaron al hormiguero, las hormigas fueron recibidas con alegría. Ana, llena de gratitud, decidió compartir el azúcar de manera equitativa con todas. “¡Lo merecen! Este azúcar es tan nuestro como mío”, dijo ella, mientras sus amigas sonreían.
Esa noche, el hormiguero estaba de fiesta. Ana aprendió que, con amigos, cualquier tarea, por más pesada que parezca, se vuelve más ligera y divertida. Y, desde entonces, siempre recordaba que la unión hace la fuerza.